domingo, 27 de julio de 2008

ÚNICA SECUENCIA




Contaba mi ñuque y contaban mis abuelos, mis abuelos contaban que mis bisabuelos... contaban mis tatarabuelos y mis tatarabuelas; contaban mis chosnos abuelos...”


De “Cómo se dividió Chiloé”
José Santos Lincomán. “Poesía y Cuento”.



ORIGEN (1)

Un indio de rostro claro vino a decirme que el mundo comenzó bien de madrugada, para jodienda de los remolones.
Me dijo, también, que era la gloria vivir entre hermanos, todos uno, todos indios.
Cuando El de más arriba, Gnechen el Único, hizo el mar, fueron invitados a conocer el otro extremo del mundo. La distancia era breve. Había que pasar a punta de palas de agua, sólo un par de arrecifes, una mínima isla que siempre estaba nublada, un agua calma.
Al regreso, Abel, que era indio de ceño grave, quiso pasar a ver.
Dijo saber la causa de la niebla. Caín, el hermano, lo miró como tratando de recordar cierto episodio de inquina y tragedia escrito en gruesos troncos del árbol sagrado.
Sabio, el indio viejo, el lonko mayor, dijo:
—Lo que está escrito, no se repita. Esperemos a que el sol sea hecho, que entonces la niebla se irá por donde vino.
Y así fue.



CUANDO EL TIEMPO NO ESTABA



Cuando el tiempo no estaba —pregunto—, ¿quién estaba por estos lados?
Entonces, don Juan Bautista, viejo de Llingua, que se ha sacado el poncho y lo ha puesto en el colgadero de voigue sagrado de la entrada y se ha sentado luego a contar de lo que guarda en su memoria de doscientos años, para lo cual tiene que incluir a su padre y al padre de él, que también contaron doscientos años del mismo modo, me dice, con los ojos oscuritos y con rayas, que la edad le pintó, de aciertos y desatinos, de amores y promesas de amor:
—¡Qué quiere que le diga, pero yo creo que cuando no existía el tiempo ni la luz, ni siquiera Dios, ya estaban los indios por aquí!



DIOS DE LOS INDIOS

José Huenteo, el primer lonco, miró a ras del mar, hacia donde estaba vuelto ese primer día. Los españoles estaban naciendo por allá del otro lado del mar Atlántico y divisaron en sueños a José Huenteo.
Cuando la mirada de éste con el sueño de los de allá se encontraron en la inmensidad oscura, hubo un estallido.
El sol fue hecho.
José Huenteo pensó que, ése milagro tan extraordinario, no podía ser otro que Gnechen, el Padre del Cielo, el que lo libraría de todos los males.
Los otros, los de allá, pensaron que aquél del milagro tan grande no podía ser otro que su Dios, que les daría todos los bienes.
Para ellos, los bienes estaban acá, en las tierras de José Huenteo.



DIOSES (1)

En un principio el cielo y la tierra eran una sola cosa y Temaukel, dios del sur, y otros dioses eran de aire y no tenían apuro porque el tiempo estaba guardado en una botella, que ellos guardaban.
Tentenvilú y su hermano Caicaivilú jugaban a las cartas, bebían jugo de zarzaparrilla y licor de oro durante todo el día, que era interminable. Un día jugaron a quien le pedía a Gnemapu que les dé una parte del todo, que era el universo.
El dios mayor separó el cielo de la tierra y del primero estrujó una gota y formó el mar. Luego llamó a Caicaivilú y Tentenvilú y los castigó por su soberbia a ser eternos cuidadores del mar y de la tierra; y el cielo lo dejó para él. Luego hizo un montoncito de arcilla e hizo al hombre. Y para que éste no esté solo, de uno de sus cabellos hizo la mujer. Por eso ella los peina incansable en un espejo de concha de perla que pule con la mirada y que es como mirarse en el cielo mismo.



DIOSES (2)

No crean, y yo tampoco lo creeré, que no existían otros Dioses. Existía uno que le llaman el Cai Cai Vilu porque los williche lo bautizaron así, aún antes de ser ellos bautizados. Y era éste Dios el de toda la Mar, hacia donde se podía ver y más allá, pues la neblina siempre da para más a quienes tienen la paciencia de esperar. Y este dios protegía con todo su poder las cosas del mar, los grandes cahuel que se mueven libres por sus entreveros, los cardúmenes de peces que siempre van, los bancos de mariscos, los roqueríos y algueríos, las arenas de la orilla. Asimismo —cuenta don Bernardo Quintana— este Dios, que era una enorme serpiente, se las arregló para elevar el nivel del mar y separar la isla grande del continente y esto –si no hubiese sido por la ayuda del otro Dios, el de las tierras, al que bautizaron como Tren Tren Vilu, el cual envolvió un gran trozo de continente y lo arrastró mar afuera hasta ponerlo donde ahora está–, Cai Cai Vilu solo no hubiese podido.



EL PEÑÓN DE…

El hombre miraba los amaneceres del archipiélago y estando con mujer, aún se sentía solo y curioso. Quería saber qué había más allá, hacia donde el sol se consume y cómo es que pasa de que es vuelto a criar por el cielo nuevo de la mañana, pero al otro lado del mundo.
Caicai Vilu, el Dios serpiente, le dio el trabajo de buscar su propio alimento, el que el hombre sacaba del mar con el permiso de Tenten Vilu. Una vez quiso aventurarse mar afuera, pero Caicai Vilu no lo dejó, soplándole una gran tormenta que lo hizo regresar a la orilla.
El hombre buscó leña en el bosque e hizo una gran fogata sobre un peñón que está en el occidente, justo cuando el sol venía bajando a acostarse. Entonces se armó un gran incendio, que Caicaivilú apagó con un Diluvio que duró cuarenta días con sus noches.
El hombre con su mujer y sus hijos permanecieron en lo alto del peñón con la protección de Tentenvilú.
La muerte no existía.


ENCUENTRO DE DIOSES

El día había sido creado junto con la noche que es su sombra.

Tenten Vilu veía cada vez más furioso cómo Caicai Vilu se metía en sus cosas, jugaba a las cartas y bebía licor de oro con los hombres, que ya eran varios, puesto que de la arcilla con que El Que está más Arriba, Gnechen, hizo al primero, comenzaron a formarse varios más; y las mujeres de un cabello de éstos.

Caicai Vilu, quien estaba a cargo del mar, se lo pasaba borracho y con su cuerpo de serpiente había formado varios canales en el archipiélago cuando se arrastraba ebrio hacia su guarida y daba de coletazos contra los arrecifes y la tierra misma, con ese delirio de los ebrios que le hacía imaginarse peleando con Tenten vilú.

Hasta que un día se encontraron y se armó la grande.



LA PRIMERA REBELIÓN

Me cuenta don Gustavo Antilef que, en el principio de los tiempos, los perros, las flores, el hombre, los seres de todas las especies y también los seres de los demás mundos del universo hablaban una sola lengua y nadie era más que otro. Uno solo mandaba, era Gnechen, quien estaba en el corazón de cada una de sus criaturas. Al primer hombre que se rebeló contra esto, por encontrarse merecedor de mayor mando, lo convirtió en hormiga. Le dio la manda de trabajar sin descanso, el poder de soportar, la penitencia de obedecer. Andar en fila es el modo en que siguen a Gnechen que los guía.
Nadie más lo ve cuando éste anda adelante señalando el rumbo.



EL MAL CRISTIANO

El “Mal Cristiano” llegó a la isla con las Misiones, al amanecer del 1629, dice el cura historiador Alonso de Ovalle .
Aterrados, los indios hacen lo suyo para espantar el Mal que trae, mostrado en estampitas, íconos de madera, santos de cal y yeso. Recogen las semillas de poñi, las ahuman o le soban una mezcla de ajos, sal, piedra lipe y ceniza. Así, el “Mal Cristiano” no les hará daño.
Pero algo se dejan, por esto de que el chilote siempre saca ganancia, incluso de lo que le viene por el espíritu, como es el pálpito de que si es de Dios, algo bueno habrá. Si no “El Mal Cristiano” no lo andaría ofreciendo.



EL PODER (1)

De los dioses menores, el de las aves estaba atareado dibujando.

El sol salía directamente sobre él para irse por el cielo hacia su lugar de alumbrar antes de que el mundo despertara. Dibujó un ave con alas multicolores y gran cola bermellón; el resto, a elección de la madre, de plumaje suave y abrigador. Le pareció bueno sea el vigía del sol. Le dio un poder y un nombre.

El poder del presentimiento para cuando vinieran desgracias a la tierra. Presentir los terremotos y las muertes de los seres humanos. Presentir la salida del sol. Avisar sus pálpitos con un canto sonoro y bello.

Por eso, el gallo canta como canta cuando presiente lo que presiente.



EL PODER (2)

Pero el poder es difícil cuando hay que mover tanta gente que hay sobre la tierra, tanta tierra que hay sobre la mar, tanta mar que hay sobre el cielo, tanto cielo que hay para tan pocos dioses.
Entonces le dejan a Huecuvu que arregle los poderes de la Noche, que es oscura por ser la sombra de su alma, y por lo espesa que es ésta.
Cuando Gnechen lanza los polvos que hacen el amor —hay acepciones felices de eso— Huecuvú tira los polvos contrarios y crea al Trauco. Pero, comete un error, lo hace sobre hombre bautizado. De ahí que el Trauco conquiste mujeres buenas, que dan a luz niños buenos, que nacen en noches de truenos y rayos, tan sólo para afirmar la contradicción del origen.



LA MEMORIA DE LO QUE VENDRÁ

Se cierne una nube angosta y vertical contra el sol recién hecho. Otra nube, menor y horizontal, completa la empuñadura.
El rojo crepuscular la reviste en su extremo inferior, que da a los cerros, a los que abre en principio en dos pedazos: el Cai Cai, el Tren Tren. Es el espectro de la sangre, la primera que corre en el mundo. Dos indios viejos y silenciosos miran y alcanzan a vislumbrar.
Es la memoria de lo que vendrá, piensan a una.



EL POETA-SOLDADO Y VICEVERSA

Dicen que Ercilla, el poeta vestido de soldado, pasó a cuchillo el cascarón de un árbol y en versos enrevesados, pero lúcidos, dio testimonio del comienzo de la cruzada que, en nombre del Rey de ignotas tierras, patentó este archipiélago con derechos de dominio, Dios tutelar, ley terrenal y todo, un día 28 de Febrero de 1558, fecha que sucede cada cuatro años, según calendario de otro conquistador, que era soldado pero se vestía de poeta. Le nombraban Julio César y no se sabe que haya escrito con cuchillo en un árbol de España, el destino o desatino de esa tierra y sus respectivos futuros dominios.



LOS POBRES DEL MUNDO

Este intertexto se escribió, tal vez, de noche o con resaca de olvido. O con parcialidad de cronista. Pero. los pobres tienen en común esa suerte de vacuna universal para sobrevivir que es juntar los calores, respirar hondo ese vaho, pegarse a la tierra.
  • “Allí, en una pieza infecta y estrecha, sin más piso que la tierra apisonada y dura, yacen revueltos chanchos, perros, gallinas y chiquillos. Reina allí la más espantosa promiscuidad de sexos, sin que se respeten ni las leyes de la higiene ni de la moral.Junto al fogón, en medio de la espesa humareda que envuelve el mísero aposento, agoniza un enfermo, más que por el lento trabajo de la enfermedad, por los miasmas pestilentes que allí se respiran.”
Dicen que ha cambiado la situación. Hay menos chanchos y menos chiquillos; los perros se van lejos por si encuentran algo, un basural, un hueso antiguo. Las gallinas evitan cacarear sus huevos, los enfermos se enferman de otras enfermedades. Las miasmas que respiran tienen permiso y papeles en regla.
Los cronistas siguen siendo de los mismos.



CIUDAD DE LOS CÉSARES

Hay una ciudad que tiene vestigios de la Roma cruel y desenfrenada que aprendió de Grecia a conquistar y a disponer de voluntades y territorios. Es la ciudad de los Césares. La sinonimia consiste en que los Césares tenían todo el oro del mundo a su haber, para comprar esas voluntades y arrasar esos territorios de manos de sus dueños. La ciudad de los Césares es la ciudad encantada. “No es dado a ningún viajero descubrirla 'aún cuando la andepisando' ”, dice el cronista. Cuenta éste que está rodeada de un manto de niebla y que hay un río circundándola, cuyas aguas andan al revés para que nadie entre a su orilla.
También dice que habrá que esperar al fin del mundo para verla. Si la cosa es así, yo no sé para qué habla de calles pavimentadas de plata y oro y una iglesia con torre y campana de oro y un mariscal que no se agota jamás.
Puede que alguien haya entrado a la ciudad, pero le será impedido recordar ni siquiera el detalle de los mariscos que ha comido allí en esas playas, de la sed que le ha quedado después, que tendrá que apagar con vino en cajas de cartón, de la imposibilidad de alcanzar esa campana en la torre porque no hay escaleras por donde subir.



ISLA DEL TESORO

Hay una isla sin nombre en frente a un lugar sin destino. Nadie vive allí, según mientan. Los que quisieron ir alguna vez allí salieron huyendo despavoridos. Anclaban vapores sin tripulantes. Cuando iban a ver, los que parecían gente eran muertos con rostros de hueso vacío. De pronto, un barco enorme, desde cuyas cubiertas bajaban los marineros a desfilar al son de tambores. El lugar se quedaba espantado. Los animales enflaquecían y morían.
Alguien —un anciano sin esperanza— habla de un entierro dejado por filibusteros, holandeses tal vez.
Si alguien intentó acercarse a buscarlo fue presa de apariciones reales, hombres con palos de fuego, con ojos de fuego tirando a matar, serpientes venenosas venidas de otros lares.
Lo cuenta un viejo de Quemchi, en murmullo y sin dejar de mirar hacia el mar, que lo mira a él desde que nació.



ESOS FRAGMENTOS (1)

No se conoce otro territorio más roto en pedazos que viva tanto como éste.

—El desmembramiento fue hecho por creación divina —dice don Bauche.

Don Bauche, de Llingua, toma mate y habla, como si estuviera solo. Sin embargo, doña Encarnación lo oye desde el fogón, donde atiza el fuego. Sin decir, ve esos desmembramientos en ella, de esos fragmentos, sus hijos. El primero cayó en el monte partido por un rayo, el segundo, aún no regresa de haber ido a cazar el sol y, de eso, hace ya siglos. El tercero, el sin nombre, se hundió por el peso del oro que era de otro hombre, muerte paradójica de los pobres.

Hay otros tres que le explican en los sueños su viaje a los abismos del mar, maravilla de las criaturas, riquezas a perpetuidad, subterfugio de honduras.

Todos sus hijos desmembrados en el juego ocioso de la muerte.

Ella dice cuando el hombre sale:

—Será lo mismo para estas islas; vendrán de otras tierras con espadas y cruces. En nombre de un Dios bueno; será la muerte; y el abismo de los sueños imposibles nos tragará a todos. En buenas cuentas, será exactamente lo mismo.



LAS DESERTORES

Aulliñi, Chulín, Chuit, Imerquiña, Nayahué y Talcán van a la deriva una noche, hasta que la Gran Gaviota las ve y va con el cuento a Gnechen. Éste no tiene más remedio que atarlas en la profundidad. El lazo de huiro se puede ver con sol de mediodía en punto o a medianoche con luz de luna grande. Iban a pegarse a la costa del continente, al lugar desde donde fueron arrancadas por los golpes de la gran serpiente Caicai. Las seis islas, entonces, tenían vida, igual que las Chauques o las otras, de Quinchao. Eran puro monte, espeso y variado. Los lahuan, los voigue, los notro, las lenga convivían en ellas, sobre firmes raíces. Todos ellos vivos, conversando, contándose cosas de arriba y abajo en sus cuerpos de madera rectos y fuertes ascendiendo a los cielos. En ese entonces, las islas se desplazaban como un gran navío sobre ese mar siempre enérgico, nunca violento ni traidor. Nunca más lejos que lo que permitía la ley de los mares acordada por los emisarios del Gran Gnechen, Caicai y Trentren , que decía “Donde mis ojos te vean”. Hasta aquella noche en que fueron ancladas a las rocas del fondo.
Quietas para siempre se quedaron aquella vez en que hombres desconocidos vinieron en barcos de otros mares y con hachas de hierro, derribaron el primer lahuan. Las islas Desertores no volvieron a navegar, ni siquiera por lo livianas que quedaron después de que aquellos hacheros y sus descendientes se llevaron, uno a uno, los árboles, que eran la razón de ser de esos pequeños fragmentos de tierra que navegaban el mar libre del origen.


ESOS FRAGMENTOS (2)

Dante Montiel, en sus “Crónicas”, habla del “País de los Chilotes” y se refiere a predominios y potestades del cielo, habla de plagios de constelaciones y contubernios entre el mar y el cielo, de fragmentos y fragmentaciones que arman y desarman este “país” llamado Chilwe.
Dante lo sabe porque lo vive y lo recuerda, de haberlo vivido y lo escribe para memoria de los desmemoriados.
En el país de los chilotes los marinos no saben nadar y como no quieren aprender de puro tercos, se aferran al palo mayor y a lo primero que encuentran a mano en la cubierta de sus tercas embarcaciones
Por eso, son los mejores marinos del mundo.
Lo dicen gentes como Dante, que habla de lo que ve y oye, que es la forma de hablar en este país de “innúmeras islas solitarias o en racimos”, “de intrincados recovecos”, “surgideros”, “canales” y laberintos.


MILAGROS

“Cuando menos se percatan
, se levanta una borrasca de vientos desaforados. Las embarcaciones son muy débiles, porque son unas pequeñas piraguas, que se forman de tres tablas cosidas unas con otras, y con esto, los nuestros se ven en continuo riesgo de la vida, librándoles el Señor milagrosamente”(…).

Alonso de Ovalle, Histórica relación del Reino de Chile.



LOS NEGROS, LOS INDIOS, LOS POBRES

Los negros, los indios, los pobres. De norte a sur, y no necesariamente en ese orden, han sido asunto a tratar por los dominadores. La trata de negros, de indios, de pobres dio dividendos y sumandos, restando de los pobres, los indios, los negros, no necesariamente en ese orden. Multiplicando en las faltriqueras de los dominadores lo obtenido de las ventas, las encomiendas, la trata.
  • “Aconteció a una india del sur, que estando sepultada en el sueño y más en el del pecado, vio una noche entrar en su casa una gran caterva de feísimos negros, que al punto entendió ser demonios. El caudillo de esta canalla mandó hacer una gran hoguera y que en ella pagase esta mujer deshonesta y sacrílega sus pecados. Arrebatan los infernales ministros la triste india y queriendo ejecutar el castigo, invoca el dulcísimo nombre de María, a cuya presencia huyen los demonios, como murciélagos a la luz del sol”.
Lo entre comillas, lo refiere don Alonso de Ovalle, historiador español. Que no era de aquí, y lo que sabía lo sabía de oídas, escuchando a los blancos.



SUEÑOS

Don Bauche ha estado soñando con voigues, con un bosque espeso de voigues, floridos, vivientes.
—Mujer —le dice al recuerdo de la Eusebia—, soñé con esos árboles que los quemaron para hacer tierra de siembras, pasto para ovejas, chanchos y vaquillas.
La Eusebia le responde de allá arriba, donde no la ven ni la oyen otros que no sea su Bauche:
—Buena suerte, Bauche, buena salud y buena suerte es soñar esas cosas.
Don Bauche mira a la lejanía y se pregunta si será buena salud y buena suerte la que trae ese barco de bandera sombría, que navega de norte a sur, de este a oeste y que está entrando al puerto de Quinchao.



EL MAL DISFRAZADO DE BIEN

—Explíqueme usté, señor Ilustrísimo, porqué bienen. Que si bienen para bien, nosotros defenderemos esto y no sucumbiremos jamás —pregunta Jose Huenteo el Primero al Obispo de Ancud, que es primero también entre los suyos, acerca de por qué viene el Mal disfrazado de bien, porque vienen en nombre de Jesús el Bueno y traen espadas y traen ponzoñas y palos que escupen muerte y traen enfermedades y traen Huecuvu y traen tantos etcétera.
Como no hay respuesta, José Huenteo se vuelve a sus tierras con tristeza de indio que sabe que el que cree en los hombres que se dicen enviados por ese Dios de los blancos, va con más pérdida que ganancia.
Por eso, él conversa directo con el otro, el Dios suyo, que no quiere enviar a nadie porque ha aprendido a desconfiar de lo mismo que él hizo.



EL DIOS DE ALLÁ, EL DIOS DE ACÁ

De calzar el Dios de allá con el de acá, sí, calzaba. Eran masculinos ambos. De vivir arriba, en el espesor del cielo, vivían. Venían, eso sí, los del lado de allá asegurando que el suyo era el Todopoderoso, el único. Los de acá, sombríos y pensando, pensando, escuchaban sin asegurar nada. Conocían a su Dios que los había formado de barro y que luego de aquel milagro, no se metía mucho con ellos. Los dejaba hacer sus cosas, los dejaba sacar del mar y la tierra, del cielo y del bosque, lo que necesitaran.
Había en los enviados en nombre del dios de allá cierta soberbia humilde, cierta humildad de mandamases, de ungidos. Traían como símbolo y significado una cruz, remedo de otra más grande, donde decían que el Hijo del Dios de allá había muerto clavado, en representación de todos los pecadores, los de allá y los de acá.
Medio desnudos, desde siempre, los de este lado aprendieron la vergüenza de andar como andaban. Juntados a cohabitar por Gnechen, a la buena de él, sin anillos para el dedo y sin bendiciones de un intermediario, aprendieron que los pecados de tener hijos, de la unión carnal, habían sido pagados de antemano por ese hijo del Dios de allá, que se llamó Jesús. Y ahora venían a cobrar la deuda sus enviados del otro lado del mar del Oriente, con lo que se pudiera pagar, trabajo, penitencias, derechos de pernada, uno que otro dolor, sangre, por último.
Aún contra la mirada triste de Jesús de Caguach, que los ve hacer desde lo alto de la cruz sin poder hacer nada.



EL CANTOR AGUILAR (1)

Barro de la tarde en los caminos curvos que van y que regresan de las casas y las cosas. En Chiloé no conocen a este cantor de mudo acento y modesta guitarra. Casi nada dice que hay canto escondido en las casuales estancias biográficas. Ocasionales paseos por aquí y por allá, para coger el tono, que la tierra niega cuando el hombre es receloso o le miente afectos. Pero, esta tarde, el barro reconoce mis pies y llegan solos donde el cantor de verdad.
Ladran los perros y sale alguien, de confiado mirar. Sale a saber lo que sabe, que vendrá alguien a oír los últimos cantos del cantor Aguilar.
Barro de la noche en el senderito hacia el cálido aliento de la mujer que abre la casa como un cofre o como a una guitarra. Sin preguntar para no incomodar, sin decir para no contradecir. En sencillo, el hombre que está ahí, tras la cocina de hierro, es Aguilar, el cantor. Y canta. Primero tímido, porque advierte cuello de ciudad y una cierta falsía de zapatos. Pies que no han andado. Sombra clara como de sol débil proyectado en la contraparte.
Aguilar canta del dolor y la muerte con alegría. Y le apena el sonsonete alegre de viejas audacias que canta. Dice estar mal de acordeón y lo saca de una caja gris y lo estira a contrapelo, pero la melodía en armónicos cancinos y sueltos es, evidentemente, suya; de aquí, de esta tierra; la crió este viento, la remojó de sopetón esta lluvia. Salió a pulirse en mingas y a domesticarse en entierros de angelitos blancos y a curtirse del color de las papas en los medanes y las tiraduras. A decir basta ha cantado Aguilar, diciendo yo ya no canto, sólo digo lo que se, que es poca cosa. Poca cosa es bastante, le digo y salgo. Solemne, la mujer de Aguilar ,de indefinibles años, me toma del brazo. Para ayudarme a salir sin que se me pierda nada de lo oído, nada de lo emocionado, nada de lo que no he de volver a oír así como lo cantó el cantor.
Me voy con el alma del canto a otra parte.
Aguilar, desde la puerta, me dice adiós alzando los brazos.



EL CANTOR AGUILAR (2)

Aguilar un día fue a la universidad. Los jóvenes que ahí estaban sabían de Aguilar, por lo que contó quien lo contó. Algunos no sabían de mingas ni medanes, ni de valsecitos, ni de milongas, que sonaban, a lo más, como palabras de un nuevo idioma, cosas del currículum académico. Tampoco esperaban aprender nada de Aguilar que pudiera ser útil. Pequeñito el cantor, con su estuche de acordeón bajo el brazo, dijo ya no recordar muchas canciones, de las que alguna vez sacó la leyenda de ser el mejor de los cantores populares de por aquí. Pero, mientras desenfundaba su instrumento y al roce de las teclas, vino la música como si supiera, como si hubiese estado esperando salir.
Cantó las felices y las tristonas, las lentas de ayer, las rápidas de anteayer.

“Al irse olvidó su sombrero porque la memoria estaba en otra parte, en otro tiempo, acalorada hasta los huesos, bailando sin zapatos”.



EL CANTOR COCHE MOLINA

No oí a “Coche” Molina y no lo oiré de cuerpo presente. Un día agarró sus bártulos y se largó a la Wenumapu a cantarle a los dioses que lo habían enviado a aprender del solfear de los vientos, del rumor de las olas, del contrapunto incesante de la lluvia, las armonías necesarias para la creación de música del cielo. Estuvo aquí por estas tierras, haciendo como que vivía en Puchaurán, pero no vivía. Haciendo como que vivía en la Patagonia, pero no vivía. El vivía en el aire, soplando los grifos del aire, para que saliera música de agua; percutiendo las maderas del maderamen del bosque, para que aventaran notas de troncos huecos de coigüe y llaves de aromas de voigues, notros y lahual . Vivía en el concepto de guitarra y en el sentido de rabel, vivía en la explicación de acordeones y quijadas de vacuno donde rascaba las síncopas del valseo chilote, del periconeo semiespañol y del canturreo semisacro y cuasiprofano de las rogativas y cantos de angelitos y difuntos. Vivía en un anillo de casamiento que lo rodeaba de calor apasionado, con el cual encendía las tonadas con que el festejo podía durar tres, seis, veinte días. Los dioses estaban contentos. Se había paseado por el sur del sur, había trasgredido la cordillera y sonsacado ritmos argentinados, melodías ovejeras fueguinas, acentos cosmopolitas de este y el otro lado de la cordillera, a la par que cosechaba y harnereaba el trigo y molía en el molino para harinear, de allí el apodo que todavía lo nombra. Así se lo pasó. Se detuvo un tiempo largo acá y le echó al mundo esos hijos, que ahora le rascan al guitarrón el lamento de la música que, a veces, quieren dejar para siempre, porque ya no hay corazón que resista esta tierramar cada vez más ajena.


ORIGEN

El Trauco debe ser agua. Hay tanta por aquí, entre recodos y semicerros, llenando espacios vacíos y recovecos, cuando la tierra se abre y la deja pasar. El agua –se sabe– pasa aunque la tierra o la roca misma no quieran. Difícil, para quien no sabe, resolver el enigma. Un ser que teme al agua porque él es agua, porque está allí y se evapora, o se sale de madre. Un ser que rompe barreras de recelo y encanta como el agua de un espejismo. Y la doncella lo deja pasar hasta lo más íntimo de su ser y el agua la deleita y le calma la sed. Y algo le deja para siempre.
El Trauco debe ser agua. Sobre ella viene a juntarse lo que no se puede juntar.
Traun es eso, la unión de dos cosas separadas. Co es agua. O, tal vez, es solamente el juego de las palabras que escribo sin querer. Lo cierto es que el ser original, antes del mito y la deformación de pasarlo de oreja en oreja, es el hombre. El Trauco es el hombre que está hecho en su mayoría de agua. El Trauco es el Hombre visto con los ojos de otro hombre, temeroso de su poder, que no se contiene con nada. Es el mismo hombre de siempre, de allá o de acá, del neolítico o la post-modernidad. Temeroso de otro hombre y armado, a su vez, contra su eventual furia o afán de dominio. Cuando el williche aparece tras el grueso tronco, aparece en son de aguaite, para ver que el palo de fuego del hombre que vino del otro lado del mar no lo escupa. Aparece mimetizado por las ramas y la sombra, oscuro de piel y de rostro alerta. Expectante. Desconfiado. Listo para huir. El usurpador, que viene de tierras lejanas, que conoce dioses y demonios terribles, imagina al indio como el mismísimo diablo. Al revés: el indio ve al español demoníaco, que se le aparece entre dos árboles, con un charco de agua a los pies, como un niño de pecho, meado de susto. Entonces, lo bautiza entre dientes: Trauco. Y se aleja a contárselo a los demás. Eso sí, sin dejar de mirar para atrás y cuidando de ir bien oculto entre los matorrales.



EL CHILOTE

El Chilote es resultado. Es el PALDE, que anda pegado a la melga buscando su razón de ser, es la melga misma que lo recuerda de otros lares y oficios. El chilote viaja, como el pez pero no es el pez , es el mar que sirve al pez de alimento, pero lo cobra como presa.
El chilote es origen. Cuando sus dioses, confundidos, no saben a quien elegir como su imagen y semejanza, él crea un dios de mezcolanza y albedrío. Un dios que truena en la noche cerrada y permanece inmóvil en el altar de Cahuach, todo a una.
Así resuelve y perdura. De esa manera anda con su carga de sangres y decálogos de piedra. Ladino y humilde como Gnechen, Soberbio y eficaz como Yahvé .
El chilote es el saborear el idioma y escupirlo entre dientes, es la digestión de las palabras enrevesadas, que dicen lo que no quieren o no dicen lo que deberían gritar. El chilote es el hombre mismo del cual emerge el Trauco, alguna vez, en la disyuntiva de ser y no ser. Como en esas grandes extinciones y exterminios que ocurren, el chilote se ata al palo mayor o a los últimos troncos del bosque. Allí esperará, a ver qué pasa.



LA MADERA

El hombre viene ya no recuerdo de qué parte del país y, de inmediato, pregunta por qué las casas se hacen de madera en Chiloé. Yo no le contesto y miro por la ventanilla del automóvil. Miro los renovales de voigues, de arrayanes, de notros, de lumas, de teníos, de ulmos, de tepúes, de coihues, de raulíes, de radales, de avellanos. En otro tiempo, dicen, eran altos. Altos y anchos. Entre diez hombres, uniendo sus manos, no alcanzaban a abrazar los troncos de los más imponentes.
Entonces fue la misión de los hombres ir por los campos, levantar sus casas, habitarlas, llenarlas de hijos. Para éstos y para los hijos de éstos la misión fue la misma. Hasta para mí, que levanté mi casa con madera, para lo cual los hijos de los hijos de los hijos de esos hombres, en cada generación, entraron al bosque con hachas y sierras, a buscar la materia prima, para mejor cumplimiento de la misión.
Y en ella estaremos hasta el fin de los árboles. O de los tiempos, que casi es lo mismo.



LAS MINGAS

Las mingas se armaron aquí o estaban hechas de antes, como los cielos, que algún Dios los hizo para explicar el bien y el mal, como las dos caras de una moneda: por el lado de arriba –cara: el bien; por el lado de abajo —sello: el mal, o al contrario.
Las mingas huelen a leyenda en retirada; a trapo viejo; al collofe, que ya nadie come sin arriscar la nariz; a expresión de desaliento o renuncia de anciano; pero, como el idioma de la tierra, que aunque sea en acentos o inflexiones o ritmo sincopado, regresa, así vuelven las mingas, testimonios de que el amor no ha sido derrotado todavía.
De este modo, es en minga la cosecha de papas en Llingua, la tiradura de casas en Dalcahue. Es en minga, más que nada, el deseo de persistir en los lazos que amarran los afectos. De ser el ser de la isla. Minga quiere decir aliento recíproco, una mano lava la otra, ayúdame que te ayudaré. Como cuando en las desgracias el vecino de éste lado pierde todo, entonces el vecino del otro lado divide lo suyo y resta para sumarle al otro. Lo dividido lo reparte en partes iguales, una parte para él, la otra para su vecino en la desgracia. Dividiéndose, el amor se multiplica.



LAS COMIDAS

Aquí las comidas valen un Chiloé, su magia de agrado viene del calor en que se cuecen, calor que viene de la leña de luma, que viene del bosque, que viene de la tierra, que viene de Gnechen, el Dios. Sus virtudes vienen del condimento que, a su vez, viene del yerbatero antiguo, que olió las hierbas y supo que eran buenas, por lo que las echó en el cocimiento, junto a las poñi, a los peces, a los mariscos. Son como el sol que nutre las plantas que dan origen a las poñi, como las mareas que arrastran a la playa la almeja, la arrastran, disimuladita, entre la arena, tal que hay que sacarlas con ayuda del talón o el gualato.


LA MEZCLA CULTURAL

No hablo de la mezcla de culturas, porque no la conozco. Puede ser, y en eso aventuro, la mezcla de arroz con papas, la embarcación chilota con vela española de lino, planta egipcia, o cretense, o neolítica de Suiza-norteamericana. O la suave voz mapuche con que se nombra el nombre chono de Achao, o la lana de perros que vistieron a éstos alguna vez, o las llamas incaicas que vinieron, dieron su carne, su leche y su lana hasta que se acabaron, o el color multicolor de las mansiones que se levantan en Nalhuitad, o los motores Diesel, o los blue jeans que visten los cantores de Puchaurán, cuando tocan el rabel y cantan periconas. De verdad, no conozco esto de la mezcla, su origen, su argumentación a la manera de las academias universitarias o los sesudos documentos que desvelan lectores en los archivos de la corporación municipal.
Cuando voy al continente, me da por pensar que el Puente puede dar el golpe de gracia en todo esto. Si algo queda para entonces del origen, para ponderación de la mezcla.



EL IDIOMA

Arrastradito, veloz y a medio volumen es el hablar aquí, todavía. Es como hablando el williche, pero en viejo español. El idioma comunica lo esencial: el quehacer, las faltas que trocar o comprar, el encarguito al pueblo, el dolor, ya imposible de amenguar con medicinas caseras. El idioma –mezcla, mezcolanza o simbiosis– toma posesión del presente y corre tras el futuro con cierta fatiga. Hay tanto afuerino en son de conquista.
Cuando los chilotes se reúnen entre ellos, sin invitados o convidados de piedra, dicen con esa gracia antigua llena de semisonrisas, se explayan en silencios que comunican sin voz. Corren entre ellos la noticia de la última invasión, que es como una marea lenta e inapelable. Es la invasión sin lanza ni adarga, sin sangre ni fuego. Es la invasión en idioma nuevo que adula, engatusa, convence, compra suministros de necesidades e inminencias. A través del oro verde que aprietan en la bolsa, estimulan voluntades para la duda, la contemporización, la entrega.
El nuevo idioma tiene patrones. Curiosamente, los apellidos se aúnan en el tronco, en el escudo familiar, que el polvo disimula sin borrar, en una sucia pared, de sucia casa patriarcal del origen, allá, en el oeste del este del norte. El idioma es el mismo cruzado de neologismos y signos
underground.



EL IDIOMA (2)

¿Qué hablan los idiomas cuando están solos? ¿De las palabras que los niegan o de aquéllas que ellos negaron? ¿O de aquellas otras, que entran sin llamar y dicen ser propias y van tomando posesión? ¿O de las que, ajenas y todo, invaden las conversas, acostumbran al oído? ¿Qué callan los idiomas cuando, a solas, agonizan de palabras que han ido enfermando, agravándose, desapareciendo, una tras otra?
La muerte del idioma ocurre por esos silencios dolosos, culpables. Las lenguas muertas vivirían, si no fuera por esta precaución previsora, que evitó los epitafios para ocultar la mortandad y afirmar que estaban vivas.
Es reiterativo el error de callar para decir que se yerra con la demasía. El que calla otorga. Idioma que calla, muere.
Pasa así con el idioma de los chilotes. Póngase a escuchar. Lea esto mismo. Tendrá la evidencia.



LOS NOMBRES

Juan Bautista Nosequemás conversa con Pedro Jesús Quiensabequién de los nombres. Y nombran esos nombres con cierta reverencia, porque vienen de santos. En el principio no estaban, de hecho, los Huichaquelén y los Huenteo Millacura; se llamaban con nombres de bárbaros, algo a sí como Delfín Azul, Zorro Astuto, Hombre Ñandú, Venado Corredor. Y eso, traducido a su idioma, pegaba y juntaba más que los otros, que de santos viniendo, no significan. Porque no caminan, no corren, no vuelan. No crecen hacia la luz, como el lahuén, o el coigüe.
No avisan mala o buena suerte en el amor, como la huala ,que hoy canta para mí.



DERECHOS REALES

“Aquí jamón a tres reales;
Aproveche: la chipa de trigo en seis; la de papas en tres;
los bordillos en seis reales; fíjese bien, las sabanillas, en seis reales, también;
Lleve el corte de cabo de tres varas en dos pesos dos reales;
Aquí la buena carne: el cordero en dos reales; el carnero en seis; el buey en doce pesos;
el ternero de dos para tres años, en siete pesos; la vaca en ocho.”

Fueron los precios fijados, a los comestibles y demás artículos de comercio, por el presbítero don José María Lorca. Visitador General de las provincias de Valdivia y Chiloé, en el año 1839, para los efectos del pago de los derechos parroquiales.



ALAMBRADAS

Cuando llegó el alambre rompió las manos de Primeroentretodos Huenteo, al que llamaron José, los que bautizaban indios por imposición de manos, agua y voluntad dominante. José Huenteo miró las roturas y conoció su sangre, la que encontró dulce el primer día, al tratar de curarla con saliva y amarga al tercero, cuando quiso comprobar el dulzor inicial.
Aprendió rápidamente que el alambre de púa era bueno para impedir. Impedía el paso de los animales de la tierra de los hijos a la de los padres. Impedía que los no hijos le arrebataran lo que era suyo a sus no padres, o al contrario. Impedía confundir en suma lo propio con lo ajeno, conceptos fundacionales de la nueva sociedad. Para poder estirar el alambre y construir las cercas había que voltear los árboles, cortarlos a medida, plantarlos equidistantes en largas hileras. Y, entre ellos, tender las hebras sin poner nunca las manos sobre las púas.
José Huenteo aprendió, en un solo día, que el alambre era el peligro más importante que había conocido en su vida, más que las lanzas, más que los palos que escupían fuego, más que las ponzoñas y las enfermedades que también habían venido en los barcos que trajeron el alambre. Y no era por las espinas que, en trechos regulares, llevaban. Era el peligro más importante, porque dividía la tierra; y, dividiendo a la tierra, dividía al hombre que era la tierra misma, su fermento y razón, su testigo de ser obra divina, su guardián y servidor.



LOS CEMENTERIOS

Los cementerios son un diccionario de los caseríos a quienes les guardan sus muertos. En sus lápidas se consignan los apellidos de las generaciones. En un trozo de tierra honda y húmeda, han ido depositando los cuerpos de chosnos a tataratataranietos, en sucesión rigurosa. Borrosos por la niebla del tiempo, se intuye el árbol genealógico, se sabe el idioma, se escucha la conversación de los apellidos que van entreverándose, van incluyendo al afuerino, al conquistador, al curioso, al fugitivo. Ojos hondos y oscuros se ven en los verdes y misteriosos del pariente que viene a dejar flores y dice su nombre que es el mismo y es otro, que es la raíz y la flor, la ceniza y el renuevo de las generaciones que en los cementerios, buscan un espacio en el diccionario mudo de las tumbas.


EL PUENTE

“Los puentes suelen sustentar un camino, una carretera o una vía férrea, pero también pueden transportar tuberías y líneas de distribución de energía.”
Cuando un puente sustenta un camino, sustenta una aspiración del hombre, la aspiración atávica de ir hacia delante sobre sus pies, a buscar algo que nunca sabe muy bien qué es. Cuando sustenta una carretera, sustenta peligros y esperanzas. Las vías férreas, que sustentan algunos puentes, soportan largos trenes, que juntan hombres, que andan también en esa búsqueda sin fin. Las tuberías que pueden ir a lo largo de esos puentes, llevarán o traerán agua, cables con electricidad, gases para encender y quemar. Dicen que es posible que, además, viajen por ellas las ratas, que siguen al hombre por donde vaya y llevan todas las amenazas que él no pueda llevar. Eso dicen, al menos, los que saben de enfermedades, que ahora están allá afuera esperando ese puente.


LA GUAGUA DEL TRAUCO

Imitando al carnero, el Trauco atrae a la pastora que busca sus ovejas al atardecer. Con astucia de hombre y magia de dios, la lleva a su casa de tronco hueco. Tomándole el aliento, la vence.
Le convida cauchahues para distraer los remilgos, mientras la lleva por los torcidos senderos, montaña adentro.
Viene el fruto de juntar ese hombre de palos podridos y mujer. Vienen al oír el llanto del nacido, a través de los montes, sus hermanos y la rescatan, pero el Trauco la vuelve a llevar, mañoso, a su guarida.
La familia consulta con curiosas que saben de ese maleficio, porque lo han vivido, y dicen que la saquen del archipiélago, para que el Trauco, que no es hombre de mar, no la pueda seguir.
—¡Quey tobillo! ¡Quey rodilla! –se queja el adefesio y sigue avanzando— ¡Quey cintura! ¡Quey cogote!... —grita mientras se interna, decidido, en el mar, hasta que se hunde por completo, pues el Trauco , como buen chilote, no sabe nadar.



CAICUMEO

A veces algo se gana con esto de ayudar al afuerino.
Un indio, llamado Caicumeo, se ofreció, allá atrás en el tiempo, a abrir un camino entre Castro y Ancud. Los camineros detrás, él adelante, señaló con hachas y machetes el bosque espeso y fue a salir donde pensaba salir. De las heridas, los árboles juntaban quejidos y quejas. —Cuidado hijo mío, que habrá de doler para siempre —parecían decir.
Con la brújula sola del instinto, iba por entre la profunda oscuridad, saludado a veces por un rayo de sol que lo miraba hacer y, más aún, la lluvia siguiéndolo por cerca de los 90 kilómetros, entre pantanos y troncos que iban cayendo para no levantarse. El zorrito chilote lo miraba curioso y los pájaros de monte callaban sus trinos, como presintiendo quién sabe qué. No fue como con Pichi Juan, que atravesó la selva valdiviana con hacha de fuego. Caicumeo fue rajando los troncos y haciendo tablones, que alfombraron el suelo de la huella en un ancho de “rara y media”. Caicumeo recibió, por gracia, del gobierno de allá lejos —España—, unas mercedes acá, en sus propios dominios.


CANASTOS

La mujer vende canastos. Los ha tejido de ñocha y quilineja, que desde siempre ha sabido cómo trenzar y entretejer. En los canastos ha acarreado los conquehuenes y las poñi, las manzanas y los pescados. Los canastos son artesanía autóctona, le explican. Es necesario que se sepa en el mundo. Le ofrecen comprarle toda la existencia. Lo que quiere decir los que tiene ahí aireándose, para que apriete la trama, listos; los demás, para las faltas de los lugareños y las propias de la familia. Le compramos todo señora, le insisten. Y le muestran los billetes de banco.
La artesanía chilota se expone en las ferias de las ciudades. Son canastos vacíos, para recuerdo de cuando estaban llenos.


LOS CONCHALES

Los conchales duran lo que la tierra y el cascajo arenisco que los ha ido ocultando; no duran sin derrumbarse y mostrar, con ayuda de arqueólogos e investigadores, amén de temblores de tierra, golpes de mar, industria humana. Señalan, en los frontispicios de sedimento, los lugares donde los hombres y las mujeres de tiempos, ahora memoriales, se juntaron, alguna vez, a comer lo que el mar les dio: conquehuenes, choros inmensos, cholgas monumentales, ostras gigantes. Las conchas, de material perenne, son testigos, son las bocas decidoras del pasado. El lafquén mapu está ahí patentito, la simbiosis de la tierra que bordea las aguas, “el límite entre los dominios de Caicai y de Tentén Vilu”. Los conchales no son sólo arqueología, que es como esqueleto sin carne, son historia y presente, que intenta romper la maldición atávica, que se arrastra subterránea buscando la arteria madre del Uno y el Todo chilote. Allí se atascan, allí el ciempiés se detiene contra los muros de conchas apiladas, duras, decididas, cortantes como navajas.


TIERRAMAR-TIERRAMOR

Tierramar, tierra-amar, tierra-amor, el tierramante de estas tierras saladas, lamidas, curtidas por la lengua marina sensual y evidente, dice estas palabras como jugando. Pero es en serio, porque decir sólo tierra o sólo mar es quedarse corto para definir lo que este “terramaritorio” es. Es imposible con palabras existentes, contener el todo en una. El hombre de la tierra es aquí en tanto en cuanto al hombre de mar que es. Cuando no cosecha la mar, cosecha la tierra, pero siempre mirando a la otra que es par. Cuando siembra la una, piensa en sembrar la otra y en esto es que choca. Porque cuando intenta con la mar, ésta tiene ya propietarios, que no son él ni los hermanos de él ni los hijos o los parientes o vecinos de siempre. Entonces el chilote quiere preguntar el por qué de esta cosa tan rara. El mar le contesta pacífico, con mareas cada vez más vacías, con orillas que se alejan. El funcionario que vende las concesiones le dice que está en la ley, que es como decir las tablas de la ley, que son escritas entre juez y partes, que son los mismos, que no son él. Menos aún los que preguntan.
Los martenientes, a su vez, son otros, vienen de otras tierras, a través de otro mar y toman posesión de lo que es ajeno pero que, gracias a esas leyes, que sí son parte ellos de eso, pasan ahora a su posesión. A precio que cobran con creces.



EL AFÁN DE LA LLUVIA

Cuentan las historias que escribieron los historiadores de allá, que “el sabio naturalista DARWIN” se sintió contento de despedirse de Chiloé “isla que sería encantadora si las lluvias no la entristeciesen tanto”. Era el año 1834.
Esta isla y los chilotes que navegan sus canales, mareas y contramareas, siguen entristecidos, pero no por la lluvia, sino por los sentimientos oscuros que van ganando el corazón de los isleños, por las heridas en su razón de ser, por los rumores y mitologías imposibles sobre una nueva Ciudad de los Césares, que hay que encontrar para salvarse de la pobreza, por los desperdicios, males y maleficios que arrojan los que dicen vinieron a edificar primero, a modernizar después y no se han ido y, es más, permanecen aquí, por si alguien encuentra esa ciudad de Oro para arrebatarles éste o cambiárselo por algún artilugio de arena. Los chilotes y sus 42 islas siguen entristecidos y su última defensa es la lluvia, que trata de limpiar, con sus gotas incontables, tanta calamidad que le ha caído y le sigue cayendo al archipiélago.



PILCANES

Cuando la bajamar repletaba la playa, los chilotes iban por los congrios colorados, las merluzas, jureles, robalos recogiendo, para él y para los otros, los suyos. El mar era generoso a la vez que justo. Alguna vez golpeaba duro quitando, llevándose a algún marino chilote desde la desnuda cubierta, pero siempre se disculpaba dando lo que tenía.
Antes de que el bordemar tuviese fronteras y “concesionarios”, era el pilcán el modo de devolver la mano al hombre, que sacaba lo que necesitaba, pero pagaba en vidas. Con las algas, abonaba la tierra, que daba su parte, también, a la despensa. Hasta que tuvieron precio y llegaron los camiones a buscarlas. También con papeles que daban la potestad, les permitía sembrar y cosechar el oro verde. Para fabricar jabón, cremas de belleza, espesantes varios, bálsamos, ungüentos, cosméticos de hidratar, rellenar, disimular y otras cosas de primera necesidad. Es lo que dijeron.



LA PRIMERA BARCA

Cahuel es el nombre que el viento inventa al soplar suave sobre esos grandes mamíferos con forma de grandes peces.
Cahuel, hace el ruido que repite ese nombre.
Al verlos, José Huenteo, el primero, discurre que flotan por algo.
Es la forma y el modo, dice.
La forma la da el creador; el modo, el oficio.
Al día siguiente arma la barca, ahusada y simple como los cahuel, delgada como él. La quilla, cortante como el viento de esa madrugada. Le llama dalca.
El creador, José Huenteo, le da nombre, el viento lo repite como si lo hubiese sabido desde siempre. El oficio comienza, esa vez, con José adentrándose en el mar que da al Oriente, a la altura de Kompu y repitiendo la nueva palabra junto a la otra, su hermana mayor.
—Dalca…cahuel, dalca…cahuel…


PETICIÓN

Le piden a Dios, que les de el don de adivinar que él tiene, su habilidad para cambiar de forma, para hacerse invisible y estar en todas partes al mismo tiempo.
—Sed humildes como wilkes, no me pidáis ser dioses sino hombres, les contesta Gnechen, que es el nombre de ese Dios.
Entonces, se rebelan. Deciden ir a pedir lo mismo a Huecuvú, que vive en la caverna de la noche, donde no llega el sol y la muerte entra temblando.
Sólo uno regresa. Su nombre es Trauko. Que quiere decir el que vive en los huecos de los árboles. Otros le llaman el Enano Maldito.
Al salir de la cueva, se le cae la sombra y Gnechen lo ve y lo llama. Pero el Trauco va lejos arrastrando los pies, como no sabiendo para donde ir, aunque sabe.



INSTINTO

La muchacha viene todas las mañanas, cuando el sol, que es aún neófito y no hiere con sus rayos, asoma entre nubes y la mira hasta el sonrojo.
El agua es transparente y aún no tiene toda la sal. Ni la de los pesares del hombre, ni la del desacato, ni la de las ambiciones. Tampoco la de sus sudores estériles, ni la tierra raída de arados que un día ha de arrastrar.
La joven entra al agua como todos los días, nada un poco, un lobo se le aparece y juegan a las escondidas entre los arrecifes.
Al salir, sus ropas no están. La inquietud que siente se parece al despertar del cuerpo, cuando el instinto le rasca la piel a la edad.
El Trauko, el furtivo ladrón tras los matorrales, la ve; ella no, pero lo presiente.



ARREGLO

Dios de las angustias, dime que no vendrán a quitarnos el alimento que el mar nos da, que no nos arrebatarán el modo, los pasitos cortos, el siseo al decir.
Que no vendrán por el oriente, que nos da luz y fuerza para perdurar; que no vendrán por donde el sol se acuesta; dime que no vendrán por el norte que nos dona la lluvia, por el sur que nos sopla. Por arriba no te pedimos, que estás tú por allí al aguaite.
Por primera vez, su Dios no les dice.



NO NOS DIGAS, SEÑOR...

“Dios de la Paz y el reposo. No nos digas que vendrán a quitarnos la vida que es nuestro sencillo modo de andar; no nos digas qué es el pecado, para no saber que lo que hacemos está todo mal. No nos digas que debemos dar lo que no tenemos, además de lo que tenemos, porque nuestro reino no es de aquí de este mundo, sino de ese otro en que tú estás; no nos digas que cuando vayamos al otro que allá queda, mi dios, será ése también nuestro reino, allá en la lejanía, donde nuestras dalcas no llegan.
No nos digas, Señor, no nos digas.
Pero Dios, el Señor, a sabiendas, les dice.



LA HISTORIA

La historia más que contar, calla. Por sobre todo, la evidencia del odio, el saqueo, la violación y la muerte. Cuando cuenta los muertos, multiplica los propios y resta los ajenos, como testimonio de inocencia. La historia no se ruboriza al decir que la tierra le fue heredada por Dios a los usurpadores y por el demonio a los vencidos. Por eso quema, por eso sanea con papeles con membrete y leyes ciegas y a pedir de boca, por eso borra huellas y elimina testigos. Además. están los mecanismos de la imprenta, los pasquines oficiales, los libros de héroes y mártires. En éstos, ningún héroe, ningún mártir es del bando vencido. Lo que no puede la historia oficial es borrar la memoria colectiva, que camina al pasito, como si no caminara. Por dentro camina segura, por donde nadie la ve.



EL NACIMIENTO DE LA PALABRA

La lengua sufre los golpes del deseo, la desesperación de la sed y el hambre, el embate de pensar y pensar los cómo y por qué del mundo, de las cosas. La lengua reposa milenios o minutos, mientras se macera en la coincidencia y la repetición. De repente, salta la palabra que urge al entendimiento y lo domestica. De repente, amanece en la garganta de todos el fruto, la perla del verbo. Y se dice, se vuelve a decir y todos asombrados de lo nuevo, se prestan oído. La memoria en su papel de guardián, guarda y cuando al rato siguiente se precisa, abre las gavetas y sale la palabra y se junta a las otras de la lengua, para armar el galimatías que fluye y todos los iniciados entienden.


La lengua chilota ha lamido sílabas que tañen las cuerdas del tiempo en sus raveles de piedra. La lengua chilota ha oscilado, como un péndulo que dicta el sonsonete con entonación de monaguillo de iglesia y ritmo de marea; viene del fondo de la tierra su oscura humedad que resuena entre hermética y musical, matizada de semisilencios y cuasisoledades; lacónica con el extraño, se va domesticando a medida que la confianza respira. La lengua chilota tiene reminiscencias de todos los hombres, que la llenaron de significado mientras la iban articulando; la sopla cierto aire gallego, pero más la sopla el viento chono, la brisa williche. Entre mares de tempestad la recoge, entre tierras usurpadas y reconquistadas la va rezongando hasta convertirla en furia y reclamo.
A veces, la lengua se pierde entre disonancias y ruidos que vienen con los que vienen, los cuales lanzan sus decires, por si la lengua original aún anda de pesca y recoge alguna para remendarla, para domesticarla y hacerla una más entre las suyas.



FRASES DICHAS

“...No debemos asustarnos, hermanos, de que nosotros seamos prolíficos y que en cada casa sean 7, 8, 10, 12 y más hijos también por familia. Tomamos en serio poblar nuestras tierras, porque nos pertenecían y nos pertenece...”

Los indios, compañeros, no somos tontos y estamos despiertos las 24 horas del día; lo que pasa es que aprendimos a dormir con un ojo abierto.”

“Primero llegaron los españoles y nosotros, a costa de lo que fuere, nos quedamos aquí; después llegaron los colonos disfrazados de chilenos y no pudieron sacarnos...; y ahora llegaron los militares... ¡Nunca nos sacarán de aquí!...”

Carlos Lincoman, lonko mayor de la Butawapi Chilwe. Del “Discurso pronunciado con ocasión de la ceremonia de entierro del Cacique José Santos Lincomán. Kompu, 7 de Julio de 1986.



LOS ÁRBOLES

VOIGUE, NOTRO, LENGA Y LAHUÁN, en aquel tiempo, hablaban. El idioma era como aire empujado por el vaivén de las ramas más altas. Decían que alguna vez serían cenizas. Y al contrario del decir de otros árboles de otros lados del mundo, de esas cenizas no renacería ave alguna. El Guairavo, que escuchaba las conversaciones para contarles a los brujos todo lo que pasa, pensó que la única manera de salvar a esos árboles era poner mar por medio y vigilar.
Desde entonces, avisa cuando vienen barcos desde los otros continentes. Avisa gritando huac huac. La voladora le ayuda volando en círculos alrededor del palo mayor de esos barcos. El “Caleuche”, no sé si con astucia paciente o irreversible derrota, los deja pasar.



DICHOS

Gnechen dijo:

—Cuando mates corderos u ovejas, hay que enterrarles la hiel bajo una piedra para que las demás no se arranquen, se pierdan o se terminen.

Sólo los de Matao estaban escuchando; por eso cumplen con ese ritual y sus rebaños crecen; y ningún borrego dispara al monte sin que sea encontrado.



TIEMPO MALO
1492

En Llingua dicen que si los animales domésticos regresan solos a su corral, vendrá tiempo malo. Cuando eso sucede, algunos corren a guarecerse de la lluvia, que a veces tarda horas en llegar, pero llega.
Hubo una vez en que las ovejas regresaron solas a su corral, las aves corrieron a la cobija del árbol más ancho, los caballitos chilotes trotaron al alero de junto al fogón, los chanchos se atropellaron para entrar en el chiquero. Pero no llovió. Alguien, entonces, recordó la fecha en que estaban y habló de tres barcos que habían tocado la costa noreste del continente indio, arriba, muy arriba, donde éste casi se corta, exactamente ese día, más de quinientos años atrás.



ANUNCIOS

Corren los perros a orillas del mar de Chulín; un gato se lame al norte de la casa del indio Millalonco; un cardumen de jureles da vueltas alrededor del Caleuche, como jugando.

El brujo SINNOMBRE que los ve en el agua de su orilla, sabe que vendrá temporal. Al brujo no le asusta, pues el viento pasará a través de él sin hacerle mella. Pero le preocupa la tripulación del Caleuche, que teme a los temporales. Sabe que alguna vez, vendrá uno que barrerá la cubierta, desguasará las maderas y rasgará velas. Convertirá un bello bergantín pirata en un barco invisible y eterno navegando esas aguas.



EL BALAR DE LAS OVEJAS

De una isla a otra, se oye el balar de las ovejas en Quinchao. Dice doña Chayo que es por el cambio del tiempo. El cambio del tiempo a que se refiere, es la llegada de los “conquistadores” con sus palos de fuego, sus epidemias y un brebaje que enloquece, que se repite como aquella vez que la memoria guarda en sus gavetas inviolables, que vuelve con maquillaje, con música dulce al oído y billetes de banco con otros héroes y villanos en su sello de agua, pero con igual saña y decisión de exterminio.



GUAIRAVOS

Una bandada de guairavos pasa volando por sobre Meulín. A los días, bajan por el camino al primer indio muerto de un mal que lo tuvo quince auroras con sus noches en fiebres, hasta que, de tanto echar vahos y sudor, se secó. Los que saben —que son pocos— aseguran que el viento norte trajo el brote, que venía de un barco, que venía de la lejanía donde el mal es para raleo de la gente. En el barco todos los marineros murieron ardidos en fiebre, igual como murió el indio que aspiró el mal, cuando volvía a su choza para ser feliz.



BUTAMACHO

El Butamacho es un monstruo originado en un ser humano, que los brujos tienen como custodio de sus cuevas y como patriarca de sus aquelarres, cuenta Renato Cárdenas.
Cuando viene la noche, le dan de palos, para que escarmiente la raza que dejó que la Butawapi Chilhué sea conocida por los hombres de la península del otro lado del gran Océano del Oriente, que vinieron, con su sed de riquezas y albedrío, a apoderarse de los territorios sagrados del Gnechen. Gnechen tiene un pacto con el brujo mayor, lo deja que tenga un cuidador en la cueva de las ceremonias de la mayoría, siempre que este cuidador sea un mestizo mitad blanco ambicioso, mitad indio yanacona. Tiene prohibición de dormir, para que no sueñe que pudo ser feliz de otro modo.


EL CABALLO CHILOTE

El caballo Chilote se quedó chico y enjuto a fuerza de hambrear. Es duro de cerviz, pero paciente, como el asno que lleva en la memoria. Cuando relincha, que es seguido, anuncia lluvia y viento, dicen en Taumo.
En Putique, en cambio, cuando lo sueñan es porque un familiar joven se va a casar. En Matao, para que esto suceda, el caballo tiene que ser colorado.



DE WILLICHE, DE CHONO

Yo digo que, de williche, es el corazón del chilote. De chono, los nombres. De islas, parajes del bordemar, de entradas y salientes que se resisten a morir, aunque la broma ha venido para quedarse. De agua salada, los rumbos de las dalcas, que son las embarcaciones que han sido y que siguen siendo. De alerce, primero; luego, de ciprés, fueron los tablones de estas canoas impulsadas con la fuerza de los brazos, impulsados, a su vez, por la fuerza del corazón de los chono y los williche, que las tripulaban primero; por los misioneros y soldados españoles, después; por esa mezcla tozuda de todos ésos ahora, mezcla que se hacen llamar chilotes, a mucha honra y para siempre. Aunque no hay siempre para sécula seculorum.



SIEMBRA

Siembra el viento las semillas en los huertos de la tierra, semillas que trae de donde viene. Siembra, Gnechen, en los huertos hondos del mar. Los dioses del tiempo y de las aguas señalan el ritmo de los “bajamares para que dejen su ofrenda de tacas, navajuelas, culenges, chaperines, huepos, choritos, comes, colles, melonges, palo-palos y conquihuenes. También las cholgas, erizos, piures y locos.” En las noches de luna llena, cuando el invierno es señor de las estaciones, se captura a los cangrejos, a los que se atrae con luces que el hombre no necesita inventar, porque han estado de siempre en sus ojos.


EXTINCIÓN

Los cuchivilus, esos comepeces con cuerpo de serpiente y cabeza de cerdo, entraban desde el mar a los corrales por debajo, haciendo un túnel en la arena. Otras veces, simplemente, derribando un estacón de los cercos.
La última vez que fue visto uno, agonizaba de hambre. Era comedor de merluza y la merluza era apetecida por los barcos factoría. Estos barcos terminaron con los corrales para recoger peces, porque terminaron con los peces.
Los cuchivilus se murieron solos, del hambre. Fue el primer ser mitológico exterminado por el hombre.


ÁRBOL SAGRADO

Los soldados de Martín Ruiz de Gamboa no sólo sabían de arcabuces, sino también de hachas. En su España de origen, los árboles habían comenzado a caer hacía siglos. Cuando llegan a Lemuy, que en lengua williche significa “boscoso”, el primer día la sueñan una fértil pradera. Al día siguiente, comienzan con los notros, que están siempre en la orilla, como vigías de ojos colorados. Dicen que es para plantar plantas útiles, comida de verdad, que es la bendecida por su Dios. Mientras explican en lengua que los de acá no entienden, van por la segunda corrida, los canelos, nombre que ellos le ponen como sabiendo que es sagrado el árbol que cortan. Voigue le llaman aquí, inclinándose cuando lo nombran.



SOLANUM TUBEROSUM (1)

Es oscura, al principio, como la tierra en que nace, pero luego le aparecen colores moteados, manchitas lila, tonos variopintos.
Sometida a cierto proceso, puede convertirse en vodka, un licor espirituoso; en láminas delgadas y aceitosas pueden ser metidas en bolsas de plástico, de atractivo diseño, que otros dicen es “comida chatarra”.
Los científicos la han llamado Solanum tuberosum. Los dueños de la tierra, los verdaderos, los que había puesto Gnenmapu, le llamaban poñi. Los venidos de la península, que miraban con desconfianza su origen oscuro, asociado a cultos paganos al sol y a las estrellas del cielo, la denominaron papa. Como para santificar el origen.


SOLANUM TUBEROSUM (2)

He aquí una leyenda que vino, de boca en boca, desde el norte y se quedó entre los chilotes:
“Ciertos indios de las tierras altas vivían en paz y trabajando la tierra. Un día, su apacible vida fue quebrantada y fueron convertidos en esclavos por otro pueblo vecino, guerrero y feroz. Les quitaron todo lo que poseían: sus sembradíos, sus casas, sus rebaños.
Los indios, en lugar de rebelarse, bajaban la cabeza y aceptaban, mansamente, su miserable destino. Así pasaron varios años. Hasta que apareció Choque, quien entonces tenía sólo 15 años y era el último descendiente de la tribu.
El joven sentía pena por la actitud de su gente. Un día, cuando se encontraba en el campo pensando cómo ayudar a su pueblo, se le apareció un bellísimo cóndor blanco que le habló y le dijo que los dioses ayudarían a su raza.
El ave, que en realidad era Gnechen, el Creador de todo lo vivo y lo muerto, le ordenó que sembrara unas semillas que él nunca antes había visto. Así lo hizo Choque. Al poco tiempo se convirtieron en plantas verdes, cuyas semillas, del mismo color, fueron consumidas como alimento por los invasores, sin saber que eran venenosas.
Los invasores comenzaron a enfermarse y fue tarde cuando se dieron cuenta de que los frutos de esa nueva planta era lo que les había hecho daño.
Los indios de las tierras altas, por órdenes del cóndor, escarbaron en el suelo y encontraron los tubérculos que eran el verdadero fruto, ese rico alimento que es la papa. De esta manera, ese pueblo noble pudo liberarse de sus opresores y volver a vivir feliz y en paz .”



COÑIPOÑI

Dicen que en Achao, donde el sol amanece, las guaguas no lloran cuando recién nacidas. Bajo la almohada de cada ser que nace a la vida, las madres ponen un COÑI, un gusanito que vive en los tallos de las POÑI, que también se conocen como papas. Cuando la guagua tiene deseos de llorar, el COÑI emite una canción de cuna que sólo éstas pueden oír con el oído del corazón. Entonces dejan de llorar por puro oír, como si la magia también se aprendiera en la cuna.
Los COÑI se alimentan de la misma leche de las madres.
Para abreviar explicaciones, llaman a este gusano, que se alimenta a cambio de cantar, muy en sordina,
COÑIPOÑI. Y lo dicen cantadito y puestos los labios, como chupando.



LO QUE DIJERON

A punta de palde y walato, el chilote rompe la tierra, donde pone la papa y alguna vez puso el trigo. Con esas herramientas ha andado, entre minga y minga, cosechando las poñi, ese pan de la tierra y, cuando al sol le gustaba quedarse mirando estas tierras, el trigo. Con esas mismas herramientas remueve la arena y cosecha los conquewene. Eso sólo porque la huerta más plena del chilote es el mar. O era el mar.
Hasta que vino la otra gente, la de ultratierra, detrás de ultramar, por el oeste al comienzo y, después, de todos los puntos cardinales
Que dijeron al venir “traemos el progreso”.
Que dijeron “traemos el conocimiento que libera de la ignorancia y la esclavitud”.
Que dijeron traer “la verdad que acerca a Dios y a la buenaventura”.
Que dijeron traer “justicia para equilibrio de los equilibrios”.
Dice don Carlos Lincomán, lonco de la Butahuapi, que la verdad es el camino cierto de la Justicia. Dice que ambas son la base de la Paz. Dice esto con sencilla palabra, sin queja, decepción ni falsa impostura. Lo dice antes de morir, para que nadie niegue nunca que lo dijo.
Hay cosas escritas como sentencias. Dice un párrafo, de esos en un libro de la historia de aquí: “No somos ilusos ni idealistas; pero creemos sinceramente que entre las provincias australes el porvenir más brillante y duradero está reservado para Chiloé. No se encontrarán allí riquezas efímeras sino fuentes perennes de vitalidad; una fuerza y vigor primitivos, que no han llamado todavía a las puertas de los capitalistas”
¿No han llamado todavía?



EL TRAUCO SE VE

El Trauco se ve en mí, pendenciero y amable. Es el ícono de humo vestido a la usanza de la estafa y el miedo. Vende su cuerpo de presumido, chambelán de la magia, al postor impostor o al consumidor contumaz y desguarnecido.
El Trauco se ve en las mujeres con decrepitud insalvable y fatal, ya no mata al instante, no subyuga como antaño su torcida armazón, su cultivado atisbo tras un tronco seco o una mata a ojos vista.
Está cocinándose una nueva raza de traucos cibernéticos, que asustan menos y seducen más. Pero usarán del atávico don, lo salvarán para sus fines, morigerando rasgos y perfilando dones lúdicos de erótica fuerza; en fin, lo sensual vende.
En las noches de luna clara, el Trauco, senil pero primordial, inescrutable, incorregible y auténtico, seguirá entre matorrales de quilineja suave y procaz haciéndoles el amor a las muchachas tristes, que lo saben amante contumaz e inolvidable por lo que deja.



EL AMOR ES EL ÚNICO TRIUNFO

El amor amanece, como todos los absolutos.
Heliocéntrico, deslumbra y entibia o quema y enceguece.
El amor, en Chiloé, se acuesta temprano, pero perdura en vigilia. Sobre los hilos del horizonte se delinea en llamas al amanecer; amanecer que recrudece desde el oriente; se cría en el mar, casi quieto y salado, y madura en el pleamar de lluvia ploma y perenne. El amor, en Chiloé, es salado, así como es dulce el desamor de los cahueles que, de tarde en tarde, danzan su afán de conquista. El amor, en Chiloé, se despereza con lluvia y destuerce sus bondades con ocasión del Wetripantu, eclosión de las fuerzas del bien. El amor, en Chiloé, nos sale a encontrar pero permanece mudo tras los bajíos, ve sin ojos y cautiva sin armas. Sus armisticios son la sensualidad llana de sus grises paisajes, en los cuales el color se va haciendo de entender, de hallar la magia donde es, en la cercana lejanía, en la pequeña grandeza de su cotidianeidad. El amor, en Chiloé, cuesta trabajo, el tesón lo inscribe, la diaria ocupación en él lo hace frutos. No entienden muchos esto, que no requiere de cosas más, cosas menos, no entienden muchos que el amor, en Chiloé, es el único triunfo entre tanta derrota.



HUBO UNA VEZ…

Dicen de los chilote-williche “en tiempo de epidemias, rarísima vez o nunca toman las precauciones higiénicas aconsejadas por la ciencia, sino que se limitan a aguardarla con estoica indiferencia, alzando los hombros y diciendo: “Si está de Dios que me dé la peste. me dará; si no, no me dará"; y de tal manera de discurrir, no los apearan ni los siete sabios de Grecia ni el Padre Santo de Roma.
¿De dónde vino la peste? ¿Quién la trajo?
Hubo una vez en que se cortaron los caminos. Desde entonces, no entró a las islas ni gripes, ni las hepatitis, ni la enfermedad del frío-calor. Ni la envidia. Ni el alcohol en cajas de atrayente cartón. Los dolores se curaban con hierbas del bosque, machacadas en piedras oscuras y dulces. Los niños venían de pie. La mariscá daba. Y la melga.
Hubo otra vez en que los caminos fueron repuestos.
Dios no tuvo nada que ver. O miró hacia otro lado.



CUANDO CANTA EL HUAIRAVO

Agorera la bauda, me retrotrae al idioma del mar contra las rocas, los brujos sentados reculándose a la piedra, alrededor del fogón que malcría. Hay festín de gallos negros, ñache de carnero negro, la ñuque negra, las poñis negras jaspeando el rescoldo, que revuelve la anciana vestida de negros atavíos.
Qué caldo para los maleficios, qué negrura de oficio, qué viperinos modos de asustar a cuatro vientos. La caverna retumba, huyen los brujos menores de puro recelo.
Pájaro afín a ellos, mal agüero total, la chonchona viste harapos de antigua hechicera, volando entre los miedos. Qué noche propicia la que toca a los brujos, espesa de negrura y neblina, retumbante de truenos, estallando en oportunos relámpagos, lamparones del averno.



MOVIMIENTO

El idioma del mar provocando a la tierra que, remojada en lluvia, sabe lo que tiene. Dioses a destajo. Sembradíos a pérdidas. Cosechas en balde. Invierno sobre invierno.
La Mayoría habla. Un solo vaticinio. Dictamen fatuo: no nos moveremos. La brujería blanca nos querrá acorralar, vendrán las cuentas de oro, el oro mismo en fajos, correrá el elixir que empaña las conductas. No nos moveremos.
Y aquí están en las noches. En los vivos. En los muertos, los cuales, de cuando en cuando, salen a ver cómo va la cosa. Por si se han movido los que dicen que no se moverán.



LOS CHONO

¿Quien los mató? ¿O están escondidos entre otros, disimulados de cuerpo y alma, mimetizados de hablar y callar? Todos dicen estuvieron aquí y, de pronto, de tantos que eran, nadie quedó de ellos para contarlo. Lo hubiesen dicho en tan bella lengua. Los chono. Sus énfasis, sus finales de frase, nombres de lugares, fragmentos de su silencio. Dicen que eran belicosos y flojos. Lo arguyen como una razón para su exterminio o autoinmolación. Esclavitud, epidemias, guerras y guerrillas refuerzan las tesis. ¿Los mató el mar, compasivo y cómplice de su altiva resistencia a ser vendidos como brazos de obraje barato? ¿O fue el bosque, dejando caer sus troncos sobre ellos, que dejaron al gigante lahuán, al duro ciprés, que los aplaste, confundiéndolos con la tierra afín a sus huesos y su sangre?
Los chono pasaron por esta tierra, como está pasando el chilote. Como el williche, que sufre lo mismo y va pasando, también, con paso cancino.
Los chono pasaron por esta fragmentada tierra chilota dejando el rastro de su idioma, que canta lo que fueron con voz de denuncia, con letras de viento, con memoria de olvido.


LO QUE ES EL TRAUCO

El Trauco anda para atrás para alcanzar al tiempo que lo viene siguiendo. Los pies, al revés de los cristianos, aunque las huellas, al revés de los pies. Así se guarda de felonías posibles y de interrogaciones capciosas. Anda para atrás, pero mira para adelante, con un ojo. El otro ve a su espalda lo que ve, la posible traición o la inquina, el temor o el recelo que se ocultan en su sombra, que es infinita.
Los correveidile de siempre, dicen que el Trauco carece de pene. De reojo se miran el suyo, cada vez más haragán, diminuto y precoz en su esencia. Otros, al parecer iniciados, dicen que lo que el Trauco tiene, es lo que las hembras en estado de merecer desean de él. Así lo ven y así lo acogen. Entonces, se hace la noche, que es tan clara como el alma de la humana, de esa circunstancia. Y el Trauco será bello si, aquella unión clandestina, es la celebración de lo excelso; grotesco, si es la coronación de la mera lujuria.
Tanto como es en su fuero íntimo la que lo desea, el Trauco es alto o pequeño, deforme o de armoniosa figura. Porque, no existe el Trauco, sino en la medida en que existe en la naturaleza humana, que lo ha inventado para excusa de sus debilidades y expiación de sus faltas.



EL MAYOR PELIGRO

Por esos pálpitos de desgracia que andan en el aire, pregunto, como al pasar, cuál sería el mayor peligro que amenaza hoy en día a los chilotes:
—El puente —declara el primero, como al unísono con otros que pasan en sentido contrario.
—Las pesqueras —dicen otros, que me ruegan para que no diga que ellos dijeron lo que dijeron.
—Lo que dejan las pesqueras en el fondo del mar —dicen otros, que son como un eco de los primeros.
—No lo que dejan, sino lo que se llevan —asegura un estudioso de la economía inútil.
—El mayor peligro para los Chilotes son los mismos chilotes, que no se ponen de acuerdo para responder, como uno solo —asegura uno muy viejo, que se acerca a preguntar qué es lo que queremos saber.


NACER Y MORIR

Las mareas son una suerte de cuna de nacer y morir. La marea mece, con suavidad o con agravio, según el destino del chilote. Habla largamente con Gnechen y le viene de la luna la fuerza. A la hora de nacer, según la marea, es un hombre o una mujer quien resulta de la parición. Vivirá si la luna lo quiere; y hablando por boca de la marea. A la hora de morir la marea, baja o alta, dicta la suerte. De tal modo, “ningún moribundo puede cerrar los ojos antes de la bajamar;” cuando agoniza, se dice que “No está trabajando la marea”; …el chilote “muere, ineludiblemente, en la marea en que ha nacido”.


NO AL MITO

Desarma el Trauco a los que le vienen con mitos. Su alimento es sopa de afuerinos, que doran la píldora y visten gorro de lana para desapercibir. Pero eso, lo sabe el mundo también; aquí, todos conocen a cada quien, a los que no, se lo dejan al Trauco que es sabihondo y penetra en el alma para desconocer. Los primeros vinieron en barcos y plantaron árboles para congraciarse, pero el Trauco les sopló fuerte, movió los troncos y las hojas les empezaron a caer. Los árboles de acá, de hojas cosidas a la rama, no caen ni con los vendavales de julio, aunque venga del Norweste implacable. De cuando en vez, sopla, sopla y agarra las altas construcciones para ver qué pasa, pero, los de afuera, pusieron la contra porque elevaron esas altas torres con ciprés, el porfiado ciprés, y el alerce soberbio, contra que el Trauco respeta, no es por que no pueda. Lo que lo complica es que dentro, entre las naves hay unas estatuas de yeso, que huelen a lo familiar de los cielos, de donde presiente que una vez él estuvo, hasta que resbaló por los toboganes del mito. Y que en los aires hay aún ese eco de los que cantan de muy allá, sus creencias.



FIN DEL MUNDO

No vendrá el fin del mundo hasta la extinción del Trauco. Para que esto sea, tendrá que morir la imaginación coludida en su persistencia, tendrá que ser la última travesía del Caleuche, con sus tripulantes hueros, tendrá que envejecer la Fiura. La Pincoya nos perderá el temor y se acostará en nosotros, la mano helada en nuestras lujurias, los pies ardientes en nuestros pies, a la sin rumbo, en esto de la codicia y el deshacer amores y costumbritas.
No vendrá el fin del mundo, hasta que todos estemos claros en su origen común con nuestros miedos y odios estériles.



INTEGRACIÓN

Dicen de esos rituales y fiestas, que los chilotes hacen para todos, los de aquí y los de afuera, es Integración. O le llaman con palabras más cursis, tales como interculturación o transculturación. Dicen, los que dicen, que por ahí va la ganancia; que ganan, sobre todo, los de acá, incorporando, asumiendo, algo así como civilizándose, algo así como educándose. Están, en otras palabras, integrándose.
Los que vienen, traen y vienen a dejar, dicen. Ellos están integrados
per-se, pareciera.
Alguien me sopló al oído, un día de estos, y me dijo: “—Yo creo que Chiloé está hecho pedazos. Incluso, creo que Dios lo hizo así. No vamos a pegar esos pedazos de ninguna manera, por más esfuerzos que hagamos. Yo creo que nacimos jodidos”.
Me late que cuando los chilotes practican esos rituales al mismo tiempo y en el mismo lugar con los afuerinos, como en simbiosis o comunión, en Cahuach, en las semanas costumbristas de todos lados, en las
tirauras para la tele, están en eso de la desintegración, de la fragmentación que es su sino o su condición natural, el ser que los lleva al no ser. Como en los libros que venden sus mitos y ofrecen la cultura en dosis pequeñas o la sanación, que sana de lo que no están enfermos, y enferma de lo que no se puede sanar.



LOS SIETE CIELOS

1


Hace mucho tiempo, cuando el Wuenu y la Mapu eran uno, El De Más Arriba, el Único Dios, Gnechen, decidió separarlos. Para que la tierra no pereciera le puso como guardián al sol, el cual se llamó Anti. Él, el Único, siguió viviendo en la wenumapu, en medio de las siete estrellas. El sol alumbró, entonces, el mundo que era un gran océano de agua verde y con la ayuda de Gnechen echó allí los peces que, enseguida, empezaron a moverse por todas partes y a tener descendencia. Gnechen pensó que aquella gran cantidad de seres que se movían en el mar eran poco inteligentes, pues no hacían otra cosa que dar vueltas y vueltas y chocar contra las rocas o comerse unos a otros. Entonces pensó en mandarles a la Gran Jibia Dorada, para que les diera un mensaje:


2

—Anti, el gran sol que todo lo alumbra, os ha dado las fuerzas para que crezcáis y pobléis el gran océano; pero, Gnechen no está contento; porque no era eso lo que quería, que sólo os dediquéis a andar de aquí para allá, sin ton ni son y chocar contra los acantilados y comeros unos a otros; y, además, que no entendéis nada de lo que tiene que hacerse para que el mundo sea. Así que me ha dicho que yo, la Gran Jibia Dorada, los lleve al segundo mundo, que está por encima de lo más alto que sois capaces de trepar.
Los peces, entonces, siguieron a la Gran Jibia Dorada y entraron a un mar igual, pero que era más claro y de aguas algo más tibias que aquel donde, hasta ahora, habían vivido. Este era el segundo mundo. La dificultad del ascenso, los esfuerzos que los peces tuvieron que hacer cambiaron la forma, el tamaño y el aspecto de muchos de ellos, de modo que cuando llegaron al segundo mundo, se habían generado varias especies diferentes, muchos de ellos enormes y poderosos como las Jibias Plateadas Gigantes, que eran como la mitad de la Gran Jibia Dorada, pero que eran igualmente grandes, la culebra de mar, la Gran Merluza y el Congrio Negro de la Profundidad. Gnechen, que está en todas partes, los contempló y dijo:


3

—Estos peces son otros, pero, a la vez, siguen siendo los mismos de las profundidades, pues siguen sin comprender para qué fueron creados y no comprenden lo que es la vida ni cómo deben hacer para hacerla perdurable.
Entonces pidió al Gran Congrio Colorado que los guiara al tercer mundo, con la esperanza de que yendo por este camino, lleno de dificultades, los seres que nadaban de un lado para otro y aún se comían entre ellos, pudiesen aprender lo que debían aprender y ayudar, de ese modo, a las demás especies que él había creado, a vivir en armonía en el mundo. En el transcurso de este tercer viaje, algunos de los peces, los más curiosos, no resistieron la tentación de salir a ver lo que Anti, el dios sol, les alumbraba en lo más alto.


4

Sucedió, entonces, que estos peces llegaron a la superficie y asomaron sus cabezas para ver qué había allí. Inmediatamente, se transformaron en unos extraños seres que, al intentar volver al agua, se ahogaron, quedando solamente dos de ellos a los cuales Gnechen los llamó hombre y mujer. Enseguida, el Gran Dios le dio al hombre la habilidad de la alfarería y a la mujer el arte de cardar, hilar y tejer con hebras de ciertas plantas y, además, el don de tener hijos; y, todo eso, se los enseñó a través de los sueños. Entonces, en la cabeza del hombre y de la mujer, comenzaron a formarse ideas que, al comienzo, eran como seguir soñando en la mañana, cuando el sol despuntaba, pero que, después, se convirtieron en pensamientos, como que el día de ayer existía y vendría otro al siguiente y eso era como la conciencia y la vida.


5

Pero, el Dios del Mal puso en el corazón de uno de los dos primeros hijos de la mujer, una sombra llamada maldad, que hizo que éste matara a su hermano, produciendo el dolor en la madre y el padre y dándoles de este modo a conocer el significado de la muerte que, desde entonces, comenzó a entrar a alimentarse de la médula de los huesos de los hombres, los que se van impregnando lentamente de su espíritu, hasta que un día, su peso pesa demasiado sobre el corazón y éste se detiene para siempre.
Gnechen vino a ellos y los reprendió duramente, castigando al hombre que había dado muerte a su hermano, a vagar por la tierra convertido en un ser deforme y temible, que sólo podría salir en las noches a alimentarse y, el resto del tiempo, vivir en el interior del tronco hueco de un árbol, que Gnechen los había hecho abundantes y gruesos. Le dio por nombre Trauco.


6

Enseguida, les ordenó a todos los demás seres del tercer mundo salir de allí e ir al cuarto mundo, pero con la condición de que encontraran ellos mismos el camino, con el fin de probar que eran seres con inteligencia y buen tino. Los hombres, que eran varios para entonces, se preguntaban cómo iban a encontrar ese camino, hasta que el Primer Hombre, que había venido del mar y había sido un gran delfín en él, dijo que había una manera; y ésta era enviar un pájaro que pudiera observar desde el aire y encontrar el cuarto mundo de ese modo. Así pues, enviaron al Guairavo a explorar y éste descubrió, entre el espeso follaje del bosque, un sendero que llevaba a una entrada, la cual, a su vez, parecía llevar al cielo y que, después, resultó ser la entrada a una gran cueva, en la que habitaban unos seres parecidos a ellos, sólo que con rostros terribles. Estos seres podían volar y hacerse invisibles y se llamaban a sí mismos brujos. El que parecía ser el jefe de todos ellos, le dijo al wairavo que el challanco, que era como un espejo que había en el lugar, le había advertido de su presencia y que esta vez no le haría maleficio alguno, siempre que se quedara allí para emisario de ellos y, también, para anunciar las desgracias con su canto.


7

—No puedo —respondió el guairavo—. Yo vengo de parte de los hombres que habitan el mundo que está debajo de éste. Quieren compartir contigo la gran caverna, que es el cuarto mundo que el Gran Señor del Cielo que Todo lo Sabe les ha mandado buscar. Una vez que les dé el mensaje, con tu respuesta, volveré y haré lo que dices. ¿Es eso posible?
—Si los hombres quieren venir —dijo el Brujo Mayor con rudeza—, que vengan. Pero, el cuarto mundo no es éste. El cuarto Mundo está allá afuera, donde nosotros no podemos estar, porque el sol no lo permite. Allí pueden venir y quedarse, si lo desean. Este es el Séptimo mundo y lo compartimos con la Muerte. Ve a decirles que pueden venir y quedarse a vivir en el cuarto mundo, que esta ahí fuera.


8

El wairavo volvió a bajar al tercer mundo y contó a los hombres lo que había visto y lo que el Gran Brujo le había dicho.
—La Mayoría no acepta compartir con vosotros su gran cueva —les comunicó—; pero sí los dejará que habiten afuera de ella, que es, en verdad, el cuarto mundo —terminó diciendo el Guairavo.
—¡Gracias te sean dadas! —respondieron los hombres —¿Pero cómo podremos subir hasta allá arriba?
Como el guairavo no respondió, pidieron entonces consejo a la Primera Mujer y ésta les dijo que fueran por mar, que era por donde habían venido al tercer mundo y después fueran a la cueva llevando regalos y sacrificando ante los Brujos un niño, el que acababa de nacer, que era el número trece de los humanos que vivían en el tercer mundo.
—Así, los brujos os dejarán vivir en paz en las afueras de la gran cueva, que es donde queda el cuarto mundo —afirmó la primera mujer, como si lo hubiese sabido de siempre.
—¿Cómo podéis saberlo, si no has estado allí? —le preguntó uno de ellos.
—Lo he soñado —dijo la mujer, por toda respuesta.


9


Entonces todos lo hicieron como ella aconsejó y tomando sus dalcas, que los hombres habían construido con ayuda del Primer Hombre, que sabía cómo, se hicieron a la mar. Navegaron muchas lunas, en aguas que parecían subir e ir siempre hacia el noreste, hasta que una noche, la noche del Wechupantu, llegaron al lugar donde estaba la gran cueva, que eso se sabía, porque había truenos y relámpagos que iluminaban la entrada desde muy lejos y, además, porque la luna reflejaba en su cara el sol que estaba detrás del cuarto mundo, esperando salir por la mañana. En la wenumapu, que era la tierra de arriba, un grupo de estrellas, que habían permanecido ocultas durante un tiempo, apareció de nuevo en el firmamento. Eran las siete estrellas, que simbolizan los siete mundos y que se juntan solamente el día del Wechupantu y significa el regreso de la vida a la Mapu ñuke.


10

De ese modo, los humanos alcanzaron el cuarto mundo que no quedaba en la cueva, donde no pudieron entrar, porque, cuando llegaron a ella, los brujos habían tapiado la entrada para que no entrara el sol que salía por ese lado; de modo que los hombres edificaron un poblado en las cercanías y el guairavo se convirtió en el guardián de la cueva, a cambio de que los brujos dejen en paz a los hombres. Además, plantaron poñi, que habían traído del tercer mundo e hicieron jardines con hermosas flores y huertos, que producían toda clase de verduras; y las mujeres, que ya eran varias,, aprendieron a coger los peces en las profundidades, con sus solas manos, mientras los hombres recogían mariscos en las orillas Y, para no olvidar el sentido de la vida, inventaron las leyendas.


11

Todo estaba en paz, hasta un día en que la gran culebra Tentenvilú, que proveía la sabiduría y estaba encomendada por Gnechen a la protección de los hombres que ocupaban el cuarto mundo, se percató de que su hermana Caicaivilú, que había sido expulsada de la wenumapu o Gran Inmensidad por su soberbia, y que era una culebra muy fea, con medio cuerpo y cabeza de caballo, andaba en las cercanías. Caicaivilú despierta de un sueño de milenios, e inicia un gran cataclismo soltando las aguas para que todo se inunde. Tentenvilú sale en defensa de los hombres, que eran muchos ya en el cuarto mundo, elevando los cerros, para que protegieran a éstos del embate de las olas. Ambas divinidades continuaron su combate, hasta que por cansancio cesaron; pero, Tentenvilú logró salvar a los hombres, que no tuvieran rencor ni ambición en su corazón. Pero, aquellos que fueron alcanzados por las aguas, se transformaron en peces, lobos marinos y toninas.


12


Hasta la calma chicha, las aguas permanecieron altas, quedando inundada gran parte de la tierra del cuarto mundo, que había sido, además, quebrado en muchos pedazos por la lucha entre ambas serpientes y por el cataclismo desencadenado por Tentenvilú, dando origen a los golfos, ensenadas, canales y al sinnúmero de islas que constituyen el archipiélago de Chilwe, que así se llama por las gaviotas que, en el principio, antes de que los hombres llegaran al cuarto Mundo, eran los seres alados más numerosos allí, sin contar a las golondrinas de mar .
El Quinto Mundo es el de la magia. En él viven los seres mitológicos y les fue dado como lugar de residencia a los hombres que tenían el corazón sombrío y con maldad y que morían por causa de sus riñas y desacatos a Gnechen. El Sexto Mundo es el de las almas de los demás hombres y mujeres que mueren y, el séptimo, es el de la muerte que vive sola, pero comparte su mundo con los Brujos de la Mayoría, que viven en la cueva de Quicaví por designio del Mayor de los Dioses, que todo lo ve sin ojos y lo toca sin manos.



DESTEJER PARA VOLVER A TEJER

Arrepentidos, algunos andan pensando destejer el archipiélago y volverlo a tejer. Con qué hilo, digo yo. Se pondrán a tironear la madeja, se esconderá la oveja en los montes, la rueca, podrida de inutilidad, caerá a los pies del hilandero.



FRAGMENTAD, QUE ALGO QUEDA

—¿Cuánto vale este pedacito de media hectárea? –pregunto. El hombre me dice su precio en millones. —¡Pero si valía miles! le digo. —Las cosas han subido —me responde, con aparente aburrimiento.
En Chiloé hay una suerte de frenesí por dividir la tierra y venderle al afuerino un pedazo de ella; y éste compra, esperanzado, talvez, en hallar en un trozo de superficie, el Chiloé mágico que le han contado que es. Pero no sólo dividen y venden la tierra. También se subdividen los patios, donde algún día había manzanos o corrían niños, y se construyen cabañas allí, para los que vienen a quedarse o para los que vienen sólo a turistear.
Los chilotes han aprendido bien lo que les enseñaron los dominadores, en épocas en que, en nombre de reino ignoto y de avasallador poderío, vinieron unos y luego, por ley del estado que decía ser el de ellos, vinieron otros y les quitaron las tierras para dividirlas y venderles, pedazo a pedazo, lo que entero era suyo; les pusieron luego el mar en concesión, como si la dádiva viniera de ley divina y constituyera pecado o delito su rechazo.
En tiempos lejanos, las luchas de legendarios dioses fragmentaron esta tierra. Vinieron, en nombre de un dios único, extranjeros y siguieron en eso. Hoy en día, los mismos chilotes, completan la tarea, que no tendrá fin, hasta que el último fragmento sea vendido. Es, quizá, la única forma en que Chiloé sea para siempre lo que cuentan de él: un Mito.



ANDAR

Si hablo de andar, hablo en leguas sin tino, en metros sin medida.
Si hablo de andar, los pies son el zapato, costra de barro las medias y, ambos, compañeros adictos de los pies. Los pies llevan al hombre, lo mojan, lo filtran, lo inundan, lo entumen, lo entibian, lo sudan, lo secan. Los pies no se gastan. Cuando el hombre está por llegar a algún lado, los pies ya están levantándose del sitio y endilgando al siguiente destino. La fatiga, cuando viene, es del hombre y no de los pies, de la argamasa en huesos, del amasijo del cuerpo, del gemebundo músculo. La fatiga lo agobia, lo acoquina, lo arruga, lo convence de atajos y huellas impracticables con tal de llegar. Cuando llega, llegan el cuerpo pálido, el alma hecha humo, muy rugoso el rostro, no los pies. Los pies, allí adelante, prestos, de piel tersa y amplio horizonte, siguen caminando.
De la misma manera camina el Trauco su sino. Entra en boca de píos e impíos, se mete en sus camas, abraza a sus mujeres y las seduce. Conoce todos los vericuetos del corazón y todas las artes de la conquista, aprendida de dioses y demonios, de conquistadores y conquistados, desde tiempos sin memoria. Maltrecho y a medio morir saltando, arrinconado pero no derrotado, se oculta en los últimos troncos gruesos que van quedando en la selva chilota y desde allí sale a lo suyo, encorvado y cojeando de ancianidad, que suma la de todos los que ayudaron a engendrarlo. Allí asiste al juicio sumario que lo condenará a la peor de las muertes: el olvido. Chiloé, la fracturada patria que lo vio nacer , como él, se resiste a tan inminente condena.





FIN